Era una mañana típica, y el micro estaba más lleno de lo habitual. Las puertas se cerraron con un sonido metálico, y los cuerpos se comprimieron como piezas de un rompecabezas improvisado. Sofía, de pie cerca de la puerta, sostenía la barra lateral con una mano mientras la otra jugaba despreocupadamente con el borde de su bolso. Su melena rubia brillaba bajo las luces frías del micro, y sus labios pintados de rojo esbozaban una leve sonrisa, casi como si disfrutara del caos en torno a ella. Vestía una calza negra que delineaba cada curva de su cuerpo y una remera corta que dejaba entrever su cintura, resaltando aún más su figura. Sabía que era el centro de atención, pero lo que realmente le divertía era observar y provocar reacciones, especialmente entre los más tímidos.
Hoy, su curiosidad la llevó hacia un joven estudiante. Era flaco, con gafas rectangulares y una mochila cargada de apuntes que sujetaba como un escudo protector. Con el espacio reducido por la multitud y los constantes movimientos del micro, Sofía aprovechó la oportunidad para posicionarse justo delante de él. Se sujetó del barral superior, alzando los brazos y quedando de espaldas al joven. Su cuerpo quedó a una distancia mínima del de él, lo suficiente para que sus caderas rozasen ligeramente las de él cada vez que el vehículo frenaba o giraba. El estudiante, que intentaba concentrarse en la ventana, no pudo evitar tensarse al sentir el contacto. Un ligero rubor coloreó sus mejillas, y sus manos, temblorosas, ajustaron la correa de su mochila.
Con cada movimiento y con cada nuevo pasajero que subía, el roce ya era un contacto, y el contacto dejaba notar en el cuerpo del estudiante el efecto que causaba la belleza de Sofi. Ese inevitable contacto, lejos de ser casual, parecía orquestado por ella misma, quien no solo no lo evitaba, sino que lo acentuaba con movimientos certeros, como si cada gesto suyo fuera una nota en una melodía que solo ellos dos podían escuchar.
Fueron 45 minutos de viaje que parecieron extenderse en un bucle de sensaciones compartidas, un instante eterno en medio de lo cotidiano. Cuando finalmente llegó a su parada, Sofía bajó del micro caminando con pasos firmes pero con una ligera alteración que le coloreaba las mejillas. Una sensación cálida e intensa la acompañaba mientras se dirigía hacia su trabajo, incapaz de borrar de su mente las hermosas emociones que había experimentado. Durante todo el día, no hizo más que revivirlas, saboreándolas como un recuerdo dulce e indeleble. Y mientras el sol caía y la jornada terminaba, una idea clara se arraigó en su mente: al día siguiente, habría más. Más encuentros, más miradas furtivas, más de esa chispa que hacía que el viaje cotidiano se transformara en su momento favorito del día.
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